lunes, 7 de junio de 2010

Seres Especiales

La mañana está oscura. Como puntos brillantes, en el edificio de 11 pisos que se encuentra a una cuadra de la casa, se observan las primeras luces encendidas en los cuartos correspondientes a las cocinas.

Tras las cortinas de estos cuartos, están los perfiles de mujeres que usan batas largas, corriendo de un lado al otro. Preparan el desayuno para sus hijos.


Son las 6 y 15 de la mañana y David abre sus ojos obedeciendo al llamado de su padre: “David levántate, ya es hora de ir a clases”.

Retira las tres cobijas que están sobre su cuerpo y estira sus brazos y piernas hasta donde le es posible. Se coloca en cuatro y se impulsa para levantarse.

Sobre la cabecera de su cama está la ventana que da al patio trasero de su casa. Corre la cortina delgada hacia la izquierda y se apoya para ver durante cinco minutos todo lo que hacen las mujeres del edificio.


Custodia, su madre, hace lo mismo que el resto de mujeres en el piso de abajo. Se despertó a las cinco y media, se colocó un saco de lana azul marino y una gorra del mismo color. Bajó inmediatamente las gradas y llegó a la cocina. Paró cuatro ollas con agua: en la una preparó café, en la otra la sopa para el almuerzo y las dos restantes sólo servirían para tener agua hervida durante el día.

Sacó de la refrigeradora dos tomates, dos limones y dos hojas de lechuga, para preparar la ensalada que a David le encanta. La sazonó con sal y aceite de oliva y mezcló todo.


Mientras tanto, Eladio tendía su cama. De forma minuciosa, colocaba una cobija sobre otra después de haberlas doblado por la mitad.

Al terminar, se recostó sobre el piso e inició su rutina de ejercicios: veinte abdominales, diez flexiones de pecho y quince bicicletas. Se levantó y se retiró su pijama verde para colocarse una vieja camisa blanca, un pantalón azul que le daba hasta los tobillos y unos botines negros. Bajó al patio y con una toalla pequeña, secó el piso mientras silbaba su canción preferida, La Zambiceña.

Miró su reloj. Eran las 6 y 14. Subió al cuarto de David para despertarlo.


Antes de llamarlo, lo mira detenidamente y se fija en lo grande que está su hijo. David ya tiene trece años.

Nació el 12 de octubre del 95. Custodia salió a su trabajo en Ideal Alambrec pero se sentía muy adolorida. Eladio se quedó preocupado pero minutos después tomó un bus que lo llevó al centro de Quito. Tenía un juicio pendiente al que no podía faltar.


Después del medio día, Custodia no soportó más: llamó a su amigo Héctor para pedirle que la llevara a la clínica, había llegado la hora de dar a luz. Caminó lo más rápido posible que pudo llevando en una mano su cartera, y la otra posesionada en su vientre. Héctor la estaba esperando en su camioneta, doble cabina, a la entrada de la empresa.


En el trayecto, Custodia y Héctor inhalaban y exhalaban varias veces, como queriendo soportar los dolores del parto que ya se veía venir.

Después de atravesar la ciudad de sur a norte, llegaron a la Clínica de Especialidades.

La llevaron inmediatamente a la sala de emergencias, mientras Héctor pidió en Información un teléfono.

Eladio se enteró de la noticia. Dejó su oficina y tomó un taxi hacia su casa. Cogió dos maletas que ya habían preparado con su esposa hace algún tiempo atrás y le comentó a su cuñada, que estaba en la casa, que su hijo ya iba a nacer.

Después de una cesárea, a las 4 de la tarde, nació el nuevo bebé, su segundo hijo.

El tráfico le impidió llegar a tiempo. Sólo Héctor estaba en la sala de espera.


Ni siquiera la habían trasladado al cuarto, cuando el Dr. Gómez, quien la atendió en el parto se acercó a ella. “Su hijo será como un vegetal -le dijo- no caminará, no hablará, no servirá para nada. Tiene Síndrome de Down y no tiene probabilidades de vida. Bautícelo porque enseguida se le muere”.

La mujer se quedó callada y solo empezó a llorar. No tenía idea sobre qué le hablaba el doctor pero le quedaba claro que su hijo no estaba sano.

Ahora, Eladio quisiera encontrar al doctor y presentarle a su hijo. Han pasado trece años y sigue en pie.

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