lunes, 7 de junio de 2010

Seres Especiales III

La furgoneta blanca, que tenía un cartel con letras imprentas y decía Instituto De Educación Especial Síndrome de Down, se detuvo en la avenida Mariscal Sucre y calle Cusubamba. Eladio estaba sentado en una grada fuera de una ferretería y David sobre sus piernas. Se percataron de la llegada y se levantaron.

La puerta estaba abierta y David subió. En la furgoneta estaban tres de sus compañeros: Diana Navarro, Jorge Luis Ramos y Soraya Montaño. Apenas se sentó junto a la ventana en el primer asiento, sintió el abrazo de Diana, mientras los otros dos halaban con fuerza la puerta.


A medida que transitaban por la avenida principal, la furgoneta se detenía para recoger a los 20 niños de esta escuela. Su destino era el Estadio Olímpico Atahualpa.

Después de una hora de viaje, llegaron. Edwin Guamán, otro de los niños, saltó hacia el piso y empezó a correr a la entrada. Sus pasos eran cortos y parecían el entrenamiento antes de la competencia. Esa mañana se llevaba a cabo las Olimpiadas Especiales.


Edwin, Jorge Luis, María Judith y Karen, bajaron rápidamente las gradas del palco. Llegaron a la cancha y levantaron sus manos como saludando a sus amigos y profesores.

Alumnos de otras escuelas arribaron al lugar.

Un joven estudiante de tercer año de la Facultad de Educación Física de la Universidad Central, se posesiona al costado de la pista de atletismo. Su cabellera negra que le llega hasta los hombros se mueve con el viento mientras da la bienvenida a todos los participantes.


Es momento de la intervención de Karen. Ella luce un traje negro y fucsia, brillante, muy parecido a un terno de baño pero con mangas largas hasta las muñecas. En su mano derecha lleva un palo pequeño, el cual sujeta una larga cinta con los colores de su traje. Camina con dirección al centro de la cancha, donde se encuentran cuatro colchonetas. Se coloca en la esquina inferior derecha con su pie en punta y moviendo elegantemente sus brazos ingresa, al mismo tiempo que la cinta se eleva con la ayuda del viento. Da vueltas intercambiando el palo de mano en mano. Termina su intervención arrojándose al piso, mientras el público reacciona con aplausos. Nadie lo discutía. Era la ganadora y con esta medalla sumaba un más después de la obtenida en las Olimpiadas Especiales que se desarrollaron en China, en el mes de marzo.


Cuando terminó su participación, se escuchó en la pista de atletismo un silbato. Seis chicos, con Síndrome de Down y parálisis cerebral, se impulsaban con sus manos en el piso para correr. Los pasos que daban eran cortos, lentos y denotaban esfuerzo. Agitaban sus brazos de arriba hacia abajo y su cara iba muy elevada.

Jorge Luis se acomodaba los lentes con una de sus manos y con la otra se arreglaba la gorra con el pico hacia atrás. María Judith, en la mitad del camino empezó a cojear y se detuvo. Jorge Luis hizo lo mismo y regresó hacia ella. La abrazó y juntos empezaron a saltar como sintiéndose triunfadores.


Edwin se retiró su chompa azul y su mochila de sus hombros. Balanceaba sus brazos y estiraba sus piernas. Esperaba su turno para hacer el salto largo. Tenía tres oportunidades.

En el primer y segundo intento saltó cuarenta y cinco centímetros de largo. Su profesora Mayra fue junto a él para animarlo. Edwin le dio un beso en la mejilla y se puso tras la línea de inicio. Esta vez saltó setenta centímetros y se llevó la medalla de bronce.


A las 12 del medio día, Eladio arribó al Estadio. Saludó con tres profesores y con nueve madres de familia. Los conocía muy bien pues desde hace diez años han compartido los programas que realizaban en la escuela.

El último evento artístico que se organizó se dio el 28 de junio. David y sus compañeros estaban en el aula cambiándose de ropa.


En el patio, Mayra llamaba a los alumnos. Tres niñas vestían anacos color chicle, blusas blancas bordadas y alpargatas azules. David y dos amigos más usaban pantalones blancos hasta las rodillas, camisas blancas, sobreros de paja y ponchos azules.

Caminaban como patojitos al ritmo de la música folclórica. Se emocionaban cuando veían a los padres aplaudir y gritar por ellos. Cogían sus sombreros y los movían circularmente a la altura de sus cabezas. Al finalizar, se reunían y gritaban tres rases por su escuela.


Eladio condujo a David hacia la furgoneta. Lo sentó allí y se despidió. El resto de niños arribaron detrás trayendo las medallas que habían ganado.

Llegaron a la puerta de la casa de David. Se levantó y abrió sus brazos mientras las puertas se abrían. Dejó caer su cuerpo y su hermana lo recibió. Se enganchó de su cuello y la besó por toda la cara.

La furgoneta se alejó mientras David le decía a Gabriela: <>.

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