sábado, 11 de diciembre de 2010

Rancho Alegre: Entre parrillas, licor y fiesta.

Grandes charcos de agua se acumulan a la entrada. Tras atravesarlos, 23 gradas da baldosa esperan por los usuarios. Hacia la derecha, se divisa un toro de porcelana que tiene el tamaño de un adulto. Por un costado del falso animal, se encuentra una estrecha puerta de madera. En la parte superior se destaca un letrero en el cual está escrito: “Bienvenidos a Parrilladas Rancho Alegre”. El local está ubicado en el sur de Quito, en la av. Mariscal Sucre y Cusubamba, sobre Recepciones El Palacio.

El propietario del lugar se percata de la llegada de la clientela. Con prisa se dirige a la puerta. La abre. Dirige su mano hacia al frente e inmediatamente la desliza hacia atrás. Es la manera cordial que emplea Miguel Gaibor para saludar.

Gaibor mide 1 metro 60. Tiene 43 años. Vive en Quito desde hace 20. Es originario de la Provincia de Bolívar. Como todos los sábados, utilizada un traje blanco con cuello redondo. Por la nitidez del vestuario, el propietario no pasa por desapercibido.

Una vez que recibe a la clientela, Gaibor camina a la izquierda. Levanta su brazo. Con el dedo índice señala a uno de los meseros. Hace un recorrido para indicar la mesa que ocupan los recién llegados.

Tras la orden, un joven de 21 años recoge dos libretas de la caja. Llega a la mesa #6. Entrega los menúes. Se retira a la cocina hasta que los usuarios decidan su orden.

Mientras tanto, Custodia Chora abre uno de los menúes. Le acerca el otro a su esposo. Con la vista, recorre la primera página de arriba hacia abajo. No tarda mucho en encontrar su platillo favorito. “Me fascina el filete de pollo a la brasa. No tiene grasa. Y sobre todo, no es muy costoso aunque ha subido 40 centavos”. Ahora, el precio es USD 4,90.

Su esposo, Eladio Pazmiño, continúa la revisión de la carta. Pasa rápidamente las tres páginas. No puede decidirse. Tras él, camina el joven mesero. Es Juan Gaibor, el sobrino del propietario. Su brazo derecho se levanta al costado en forma de L. Tiene su mano con los dedos abiertos. Sobre ellos, lleva un plato que contiene ensalada de tomate con lechuga bañados con vinagreta, papas fritas y camarones. Es una de las especialidades de la casa: Camarones al Rancho.

El mesero continúa su recorrido hacia una larga mesa. Es la #7. Allí está reunida una familia de 6 integrantes: cuatro mujeres y dos hombres. Celebran el cumpleaños 40 del padre de familia. Una torta helada, preparada por el propietario, está en el centro. La madre toma un cuchillo. Distribuye en 12 pedazos al bocadillo. Mientras tanto, el otro hombre de la familia se retira hacia la caja. Utiliza el uniforme de la Policía. Habla con el propietario.

Miguel Gaibor conecta unos cables. Habilita los cuatro parlantes ubicados en las esquinas del lugar. El gendarme regresa frente a su mesa con un micrófono en mano. “Quiero dedicar una canción para mi suegro, que más que eso ha sido como un padre”. En ese momento, se escucha la pista de una canción: “Viejo, mi querido viejo”. El policía canta. El homenajeado mira fijamente a su yerno. De sus ojos, salen algunas lágrimas. Recorren sus mejillas. Del bolsillo de su chompa, extrae un pañuelo. Lo dirige a sus mejillas y limpia sus lágrimas.

La canción es coreada por las personas que ocupan las mesas 4 y 6. Al finalizar la melodía, aplauden.

Son las 21H00. Finalmente, Eladio decide su pedido: alitas en salsa de BBQ. En una pequeña libreta, con un esfero bic, Juan toma la orden. Camina hacia la cocina. Desde allí, sale un olor a aliño con pollo, mostaza y camarones.

Veinte minutos después, la orden está lista. Hasta que el mesero la conduzca a la mesa, la pareja aprecia el entorno que los rodea. En las cinco columnas del lugar, existen cabezas de animales disecados. Las paredes contienen pinturas de toros.

Junto a la caja, hay tres vitrinas que contienen vinos y sangrías en botellas de vidrio. Además de botellas plásticas con un líquido azul. “Es el tequila ecuatoriano”, dice Miguel Gaibor, mientras saca uno de estos recipientes. Deposita el contenido en dos vasos angostos y alargados. Los coloca sobre un charol. Se dirige a la mesa. Sirve a la pareja. “Salud por los amigos y buen provecho”.

Eladio y Custodia levantan las copas. Beben el trago. Dejan a un lado el envase vacío. Recogen los cubiertos e inician su deleite culinario.